Los sueños de Esmar Navas, una médica residente venezolana, no se han hecho realidad. Imaginaba que a sus 28 años, con su arduo trabajo, podría mantenerse a sí misma, mantener a su hija y ayudar a sus padres. Pero la realidad es otra.
Navas habla de que “al igual que muchos de mis compañeros, a la edad que tengo, todavía me mantienen mis padres”, y añade que a su hija la mantiene la familia paterna.
Los padres de Esmar, ambos comerciantes informales, la impulsaron a ser profesional para que tuviera “un futuro mejor”. Por eso estudió diez años de Medicina y ahora está haciendo un posgrado en Ginecología y Obstetricia.
Cada día llega a las 6:30 a.m. a la Maternidad Concepción Palacios, en Caracas. Pasa la mañana viendo a pacientes hospitalizadas en alto riesgo obstétrico. A veces no puede ni almorzar o lo hace en tan solo diez minutos, porque a las 12:40 p.m. tiene que estar en la sala de partos. Su jornada puede terminar a las 9:00 o 10:00 p.m.